Debido al cambio climático, las condiciones del planeta están cambiando a gran velocidad, y esto hace que los esquemas de gestión ambiental, diseñados en otra época, queden obsoletos. La reflexividad ecológica puede proveer nuevos esquemas más dinámicos.
El planeta que habitamos hoy no es el mismo que conocieron nuestros padres o abuelos. El clima es más caliente, los bosques y selvas han dado paso a campos de cultivo y pastizales para el ganado, hay menos insectos, pero entidades que eran antes inexistentes en la naturaleza, como los plásticos, abundan por cualquier parte. Nuestro planeta es otro y esto se traduce en nuevos problemas y retos ambientales que, sin embargo, continuamos enfrentando con viejos esquemas de gestión ambiental, diseñados hace décadas básicamente para evitar la sobreexplotación de los recursos, asegurar el crecimiento económico y proveer bienestar social; ignorando o invisibilizando el estado y funcionamiento de los sistemas ecológicos.
Hoy estas no pueden ser nuestras únicas preocupaciones. En este nuevo entorno que nos toca vivir, la política y las instituciones deben responder no sólo a las demandas humanas, sino también a los requerimientos de los seres no humanos.
En su libro The politics of the Antropocene (2019), John S. Dryzek y Jonathan Pickering argumentan que los esquemas de gobernanza actuales, diseñados para el entorno estable del Holoceno, son insuficientes en el Antropoceno, donde la dinámica terrestre es más fluctuante. Para ello, proponen la reflexividad ecológica como un enfoque fundamental para la gestión ambiental, que incorpora las dinámicas no humanas como variables clave en la gobernanza.
La reflexividad ecológica es la capacidad de una entidad (un agente, estructura o proceso) para reconocer sus impactos en los socioecosistemas y responder en consecuencia al entender y manejar los vínculos entre el cambio institucional y los entramados multiespecie que conforman los sistemas socioecológicos. La reflexividad ecológica consta de tres partes: reconocimiento, reflexión y respuesta, que tienen que ver con observar y entender los efectos de las instituciones en los sistemas socioecológicos, anticipar impactos futuros, aprender de experiencias pasadas, y adaptar los principios y prácticas de gobernanza a los cambios del entorno.
Así, a grandes rasgos, podemos decir que la reflexividad ecológica se traduce en la posibilidad de escuchar seriamente las señales del mundo no humano e incorporarlas a la gobernanza, desarrollando arreglos institucionales capaces de transformarse en función de la inestabilidad del entorno y de las demandas y necesidades de aquellos más que humanos.
¿Cómo gobernar lo inesperado?
Algunos fenómenos ambientales recientes, inesperados y sorprendentes, nos ayudan a pensar en la relevancia de la reflexividad ecológica. Uno de ellos son los florecimientos algales, es decir, el crecimiento descomunal de algas en los mares, hoy más cálidos y ricos en nutrientes, condiciones inmejorables para prosperar.
Los florecimientos algales producen extensas masas de algas, de decenas de kilómetros que, por temporadas, inundan las costas del Caribe, el Golfo de México, el Mediterráneo, Bretaña y Asia. La acumulación de algas en la playa produce múltiples afectaciones a los ecosistemas costeros, pero también tiene graves efectos para el turismo, la pesca y la salud humana.
Desde 2014, el Caribe mexicano, donde se localizan los importantes centros turísticos de Cancún y Quintana Roo, ha recibido la llegada de millones de toneladas de la macroalga parda conocida como sargazo (Sargassum fluitans, Sargassum natans). Los recales de sargazo, al principio considerados como un fenómeno fortuito, se han transformado en un evento estacional y su volumen ha aumentado con los años. La acumulación de sargazo en la costa transforma las antes típicas playas del Caribe, de arena blanca y mar azul turquesa, en sitios poco gratos donde montones de algas se descomponen al sol, desprendiendo un olor penetrante y desagradable y diluyéndose en el agua de mar ahora lodosa y café. Para una región que anualmente es visitada por más de 20 millones de turistas y que genera poco más del 43% de los ingresos nacionales derivados del turismo, la llegada de sargazo es sin duda un desafío.
La atención a la crisis del sargazo en México ha estado centrada, por un lado, en mantener las playas en condiciones adecuadas para el turismo y, por otro, en encontrar usos rentables para valorizar el sargazo y transformarlo en un recurso natural. Tanto el gobierno mexicano, en todos sus niveles, como los hoteleros de la zona invierten millones de dólares en la limpieza de las playas incluyendo la colocación de barreras en el mar para evitar que el sargazo llegue a la playa; en maquinaria y personal para recolectar el sargazo que recala; en el transporte del sargazo a los sitios de disposición final, así como en procedimiento de cribado para recuperar la arena que es retirada junto con el sargazo y evitar así, la erosión de las playas. Se estima que el costo anual de limpieza de un kilómetro de playa es cercano a 1.5 millones de dólares.
No obstante, aun cuando la limpieza de las playas es esencial, en el largo plazo la atención al sargazo no puede limitarse a ella, pues otros problemas como la integridad ecológica de los ecosistemas costeros no son atendidos y las causas últimas del florecimiento del sargazo en el Atlántico tropical y su llegada al Caribe son ignoradas.
Una gobernanza para los colectivos
Las playas del caribe mexicano forman parte de un sistema interconectado de ecosistemas que incluyen las dunas costeras, las praderas de pastos marinos y los arrecifes de coral. Estas comunidades han sido muy afectadas por la llegada del sargazo, pero también por las medidas implementadas para atender este fenómeno. Al retirar el sargazo de las playas con maquinaria inadecuada se retiran también grandes cantidades de arena promoviendo la erosión, el depósito final del sargazo en sitios inadecuados contamina los mantos acuíferos y del agua marina, con graves consecuencias para los pastos marinos y los corales que sufren además por la reducción de luz debido al alga.
Aún no son muchas las experiencias concretas que existen en torno a la implementación de esquemas de gobernanza inspirados en la reflexividad ecológica, pero, tal vez, el caso más claro al respecto se encuentra en el Mar de Seto en Japón. En esta región, los esfuerzos de los pescadores para contener la contaminación de mar y restaurar el entorno, se vieron altamente beneficiados por su interacción con el alga nori, una especie cultivada comercialmente en la zona. Cuando debido a las malas condiciones del agua, al alga dejo de presentar el color negro oscuro que los consumidores aprecian, los pescadores recurrieron a la experiencia de pescadores más viejos, recuperaron el conocimiento local sobre el mar y la pesca, y observaron de cerca el desarrollo del alga. El diálogo entre los pescadores de distintas generaciones y el alga permitió a los pescadores adaptar sus prácticas de subsistencia y reformular sus expectativas y deseos en torno a vivir de y con el mar, dando lugar a procesos de gobernanza más reflexivos.
Atender la problemática del sargazo en México bajo la mirada de la reflexividad ecológica supone, como hicieron los pescadores del Mar de Seto, revisar las acciones emprendidas e identificar sus impactos negativos para otros seres como pastos y corales. Al establecer estas consecuencias y sus causas podremos reconsiderar como la limpieza, el traslado y la disposición final del sargazo podrían mejorarse para no solo mantener las playas libres del alga sino también para mantener la calidad del agua y el equilibrio de los ecosistemas. Esto requiere no sólo de nuevas prácticas sino también de nuevos valores, que permitan construir una gobernanza centrada no en los seres humanos sino en los colectivos de humanos y no humanos y en sus vínculos y relaciones que sostienen y producen los hermosos paisajes del caribe mexicano.