Las condiciones adversas en los primeros años de vida tienen a menudo efectos negativos duraderos. Esta columna analiza qué pueden hacer los decisores políticos para mitigar las desventajas que enfrentan los niños nacidos en tiempos difíciles. Evidencias obtenidas por PROGRESA, un programa pionero de transferencias de efectivo condicionadas a familias pobres en México, demuestran que el mismo fue exitoso a la hora de mejorar el rendimiento educativo de los jóvenes que nacieron en tiempos de sequía o inundación. Los autores son cautelosamente optimistas respecto al potencial de tales programas para resolver la desigualdad sistémica que deriva de la situación de desventaja sufrida desde la edad temprana.
Las condiciones adversas en edades tempranas tienen con frecuencia impactos negativos de larga duración. Estudios sobre la exposición a gripe y malaria detectan que los niños nacidos en ambientes afectados por enfermedades crecen presentando logros educativos más bajos así como peores resultados en el mercado laboral. En entornos agrícolas, evidencias obtenidas en Indonesia revelan que los niños nacidos en años de escasas precipitaciones obtienen menores niveles de escolarización y se encuentran en peores condiciones de salud en su etapa adulta.
Estos hallazgos son particularmente preocupantes para los hogares pobres en los países de renta baja. Las familias resultan a menudo particularmente afectadas por impactos inevitables con consecuencias económicas serias, como sequías que provocan una mala cosecha.
¿Qué pueden hacer los decisores políticos para evitar que estos impactos afecten permanentemente a los niños nacidos durante estas épocas duras? ¿Existen políticas que puedan mitigar parcialmente cualquier desventaja que podría surgir? La falta de pruebas sobre soluciones concretas a este problema plantea un reto tanto para los académicos como para los decisores políticos por igual.
Observemos la escolarización, por ejemplo. Muchos estudios indican que los niños expuestos a varios impactos en sus primeros años de vida acaban al final con niveles educativos más bajos. Simultáneamente, los programas de transferencia de efectivo condicionados (TEC), que proporcionan dinero en efectivo a las familias a condición de que sus hijos asistan a la escuela, han resultado ser sistemáticamente eficaces para impulsar sus niveles educativos. A pesar de que la efectividad de los programas TEC se encuentra bien documentada en líneas generales, no está claro si serían capaces de resolver el reto específico de cerrar la brecha de desigualdad originada en edades tempranas.
Específicamente, mientras sabemos que estos programas han logrado mantener a los menores en la escuela por más tiempo, no existe claridad sobre si ayudarían a los niños desfavorecidos (aquellos afectados por un impacto negativo en los primeros años de su vida) a situarse en el nivel del resto de sus pares. Podríamos imaginar, por ejemplo, programas TEC con mayores beneficios para niños que no sufrieron acontecimientos adversos en una edad temprana. Si éste fuera el caso, los programas TEC exacerbarían la brecha entre los niños afectados por estas circunstancias y los que no.
Para determinar si los programas TEC reducirían o incrementarían la desventaja generada por un impacto negativo en los primeros años de vida, analizamos un programa de referencia en México denominado Programa de Educación, Salud y Alimentación (PROGRESA). Este programa proporcionó transferencias de efectivo condicionadas a una variedad de requerimientos relacionados con la educación y sanidad a familias pobres.
Nuestro estudio se centra en el componente educativo: transferencias de efectivo bimestrales proporcionadas a las madres si sus hijos han asistido al menos al 85% de los días lectivos escolares. Para fines de evaluación, 320 localidades seleccionadas al azar para recibir “tratamiento” comenzaron a recibir los beneficios del programa en 1998, mientras que otras 186 de “control” no participaron en el programa hasta finales de 1999.
Multitud de estudios anteriores han documentado el éxito de PROGRESA en la mejora de los resultados educativos. Sin embargo, nuestro enfoque es diferente: Estamos interesados en averiguar si PROGRESA fue capaz de reducir la desventaja generada por un impacto en los primeros años de vida. Concretamente, estudiamos si el programa produjo mayores beneficios para los niños nacidos durante años afectados por fuertes precipitaciones con consecuencias adversas, comparados con aquellos que no.
Nos centramos en el factor de las precipitaciones debido a que la meteorología juega un papel clave a la hora de determinar los ingresos de los hogares en el entorno agrícola de nuestro estudio. Los ingresos, a su vez, limitan la cantidad de dinero que pueden gastar los hogares en alimentación y otros servicios de salud. Focalizamos en las precipitaciones que se produjeron en el año de nacimiento porque esperamos que el gasto en alimentación y salud sea particularmente importante en la edad temprana del niño.
Demostramos en nuestra muestra que un niño nacido en época de sequía o inundación es significativamente más propenso a sufrir retrasos en su crecimiento que otro niño nacido durante un año de precipitaciones normales. Sostenemos que esto se debe a que las sequías y las inundaciones reducen los salarios procedentes de la agricultura y, al tiempo, la ingesta nutricional. En otras palabras, las inclemencias meteorológicas se traducen en ingresos más bajos y, en el primer año de vida, en mala salud en la primera etapa de la infancia.
Además, exponemos que los niños nacidos en tiempos de sequía o inundaciones terminan presentando menores niveles educativos entre los 12 y los 18 años. Los efectos negativos sobre la salud derivados de precipitaciones adversas se traducen en desventajas persistentes en términos de logros educativos.
Nuestro resultado más relevante, sin embargo, se vincula a la capacidad de PROGRESA para remediar desventajas en la más temprana edad: Para contestar a esta pregunta, observamos la brecha de resultados educativos existente entre los niños nacidos en años de precipitaciones normales y aquellos nacidos en épocas de sequías o inundaciones – de forma separada por localidades tratadas (que recibieron el programa PROGRESA) y localidades de control (que no recibieron el programa PROGRESA).
Encontrábamos que, la brecha es mucho mayor en el grupo de control que en el de tratamiento. Esto significa que PROGRESA mejoró los logros educativos de los niños en situación de desventaja (aquellos que nacieron durante una sequía o inundación) mucho más de lo que lo hizo en el caso de los niños no expuestos a estos fenómenos meteorológicos negativos. En definitiva, PROGRESA fue exitoso contribuyendo a la recuperación de los niños desfavorecidos.
Nuestros resultados demuestran que los programas de base amplia como PROGRESA pueden realmente haber tenido efectos específicos en los más desfavorecidos, estableciendo el ámbito para su reparación. Nuestra conclusión es cautelosamente optimista respecto a la capacidad de tales programas para abordar desigualdades sistémicas derivadas de situaciones desventajosas en la edad temprana.