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Medir la pobreza individual dentro de los hogares

7 min

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Theophiline Bose-Duker, Isis Gaddis, Talip Kilic, Valérie Lechene and Krishna Pendakur

¿Cómo difieren las tasas de pobreza por género y edad dentro de las familias? Esta columna presenta un estudio que utiliza nuevas técnicas analíticas y datos procedentes de una serie de países de renta baja, media baja y media alta – Albania, Bangladesh, Bulgaria y Malawi – para medir la desigualdad entre hogares en la asignación de recursos y la pobreza. Las pruebas indican que en los cuatro países, el enfoque estándar de utilizar el consumo per cápita de los hogares como indicador de consumo individual subestima los índices de pobreza, en particular entre mujeres y niños.

¿Por qué muchos hombres, mujeres y niños son pobres? Esta pregunta aparentemente sencilla ha cobrado una urgencia aún mayor en los últimos dos meses, dada la creciente evidencia de que si bien los hombres han tenido más probabilidades de perder sus vidas que las mujeres a causa del COVID-19, las últimas se vieron más perjudicadas en términos de empleos, ingresos y seguridad.

Lamentablemente, responder esta pregunta no resulta fácil. Nuestro nuevo estudio hace importantes contribuciones teóricas y empíricas a la labor de cómo medir las diferencias en la asignación de recursos en los hogares y los niveles de pobreza individual.

Comprender mejor las diferencias según el grado de pobreza dentro de los hogares podría tener un fuerte impacto positivo en las políticas. Por ejemplo, podría resultar decisivo para orientar de forma más efectiva los programas de protección social. Si algunos grupos de individuos – como mujeres, niños, personas mayores, niños en acogida o, esposas en matrimonios polígamos– son más pobres que otros que viven en los mismos hogares, las estrategias selectivas existentes al nivel de los hogares podrían fácilmente ignorar gran parte de la población con menos recursos.

Asimismo, si la malnutrición se debe sobre todo o en parte a la asignación desigual de los recursos dentro de los hogares, los actuales enfoques para mejorar los resultados nutricionales mediante el incremento del suministro y el acceso a los alimentos pueden ser escasos. En ese caso, deberían aumentarse con intervenciones dirigidas directamente a las normas o costumbres que determinan la desigualdad intrafamiliar – el Proyecto de Nutrición de Rajastán es un ejemplo de este enfoque.

Las medidas de pobreza monetaria suelen basarse en el consumo y, las encuestas realizadas en hogares recopilan por lo general datos sobre el consumo para la unidad familiar en su conjunto, no para cada uno de sus miembros a título individual. Como resultado, los individuos suelen clasificarse como pobres o no pobres de acuerdo al nivel de pobreza de los hogares en los que viven, es decir, basándose en el consumo per cápita de los hogares. Esto supone un problema si existe desigualdad en el consumo entre las personas dentro los hogares.

Pero medir las diferencias en el consumo entre hombres, mujeres y niños que viven en el mismo hogar no es tarea fácil. Esto está en parte relacionado con la forma en que las encuestas de hogares recopilan los datos sobre el consumo. No disponemos de métodos rentables para obtener información sobre qué cantidad de cada bien de consumo utilizó cada miembro del hogar, teniendo en cuenta especialmente las comidas y los alimentos compartidos.

Por ejemplo, piense en un biberón de leche. Si bien es sencillo recopilar información sobre el gasto en leche del hogar, en general no es factible medir el consumo de leche de cada individuo mediante la observación por parte del entrevistador ni a través de la medición y registro de su consumo por parte de cada miembro del hogar.

Además, el gasto puede no ser igual al consumo. Por ejemplo, si la vivienda es completamente compartible, dos personas pueden gastar cada una 500 $ en el hogar, pero pueden experimentar un flujo de consumo de 1.000 $. Sin embargo, cuando se trata de medir la privación material, nos interesa específicamente el consumo. La dificultad y el coste de asignar gastos a personas individuales y la distinción entre gastos y consumo, dificultan la observación directa (o la medición a través de encuestas de hogares) del flujo de consumo total de cada individuo en un hogar.

En consecuencia, los investigadores han tratado durante mucho tiempo de estimar la asignación de recursos dentro de los hogares mediante el desarrollo de modelos estructurales en la toma de decisiones familiares y aprovechando al máximo los datos obtenidos en las encuestas disponibles, en las que partes del gasto de los hogares puede ‘asignarse’ a miembros individuales de la familia o a grupos de miembros desglosados por edad y sexo.

Una contribución importante a este conjunto de trabajos de investigación es el modelo workhorse desarrollado por Geoffrey Dunbar, Arthur Lewbel y Krishna Pendakur. Sobre la base de este modelo, Rossella Calvi demuestra que la desigualdad intrafamiliar en la asignación de recursos puede explicar las tasas de mortalidad de las mujeres mayores en India, mientras que Jacob Penglase lo aplica para explorar la desigualdad entre los niños de acogida y no acogida en Malawi.

Dado que este modelo sigue siendo computacionalmente complejo, Valerie Lechene, Krishna Pendakur y Alexander Wolf proponen una versión lineal del mismo, que puede ser estimada a partir de datos disponibles de encuestas de hogares. Todo lo que se requiere, más allá de los datos sobre el consumo estándar de los hogares, es un elemento que se sabe (por el investigador) que es consumido sólo por un individuo – o un grupo de individuos – en el hogar (por ejemplo, gastos de ropa, por separado para hombres, mujeres y niños).

En nuestro nuevo estudio, utilizamos este modelo para analizar una cuestión que, de otra manera, no sería posible responder y es cómo las tasas de pobreza difieren según el género y la edad, usando datos de una serie de países de renta baja, media baja y media alta, concretamente Albania, Bangladesh, Bulgaria y Malawi.

Figura 1:

Tasas de pobreza de mujeres y hombres en Albania, Bangladesh, Bulgaria, Irak y Malawi

Nota: El eje vertical muestra el índice de recuento de la pobreza de hombres y mujeres, tanto la estimación puntual como el intervalo de confianza, bajo el supuesto de un reparto desigual. Los resultados se basan en la Encuesta de Medición de los Niveles de Vida de Albania de 2008, la Encuesta Integrada de Hogares de Bangladesh de 2015, La Encuesta Multitemática de Hogares de Bulgaria de 2003 y la Tercera Encuesta Integrada de Hogares de Malawi de 2010/11. En todos los países, el bien asignable de forma privada es la ropa, con la excepción de Bangladesh, donde obtenemos estimaciones basadas en dos productos diferentes asignables de este modo: ropa frente a alimentos. Las líneas de pobreza son las siguientes: 1.90 $ por persona al día en Malawi (un país de renta baja), 3.20 $ en Bangladesh (un país de renta media baja) y 5.50 $ para Albania y Bulgaria (países de renta media alta). Las estimaciones de la pobreza se basan en la escala de equivalencia modificada de la OCDE y las líneas de pobreza per cápita se reajustan por la relación del número de miembros del hogar y el de adultos equivalentes entre los hogares cercanos a la línea de pobreza (tal como propuso Martin Ravallion en el marco de las pruebas de escala de sensibilidad de las medidas de pobreza).

Observamos que efectivamente existe una importante desigualdad dentro de los hogares. En los cuatro países, encontramos que el enfoque estándar de utilizar el consumo per cápita de los hogares como indicador del consumo individual subestima las tasas de pobreza, especialmente entre los niños. Nuestros resultados sugieren además que las mujeres pueden ser más pobres que los hombres, aunque estas brechas de género no siempre son estadísticamente significativas (ver Figura 1).

En cuanto a los efectos sobre el ciclo de vida, existen más pruebas de una pobreza desproporcionada entre las personas mayores, aunque en Albania y Bulgaria esto parece estar determinado exclusivamente por tasas más altas de pobreza entre las mujeres mayores. Por último, nuestros resultados respaldan la idea de que los niños son más pobres que los adultos, aunque esta comparación es un tanto sensible a la forma en que nos ajustamos a las diferencias en las necesidades de adultos y niños.

Estamos ilusionados con estos resultados, que ofrecen una mirada de lo que está sucediendo en los hogares. Pero también reconocemos que algunas cuestiones permanecen abiertas. Por ejemplo, en Bangladesh tenemos a nuestra disposición dos bienes asignables diferentes – alimentos y ropa – y esto marca una diferencia en las tasas estimadas de pobreza individual, en particular para los niños.  Pero dado el modelo estructural, la asignación de recursos y, por lo tanto, las tasas de pobreza deberían ser las mismas independientemente de qué bien se utilice para determinar la asignación de recursos.

Una hipótesis que podría explicar este fenómeno es que la ropa puede no ser realmente asignable. Por ejemplo, si alguna ropa de adultos es en realidad consumida por niños (como el caso de la de ‘segunda mano’ para niños mayores), o si el bienestar de los padres se ve afectado por el consumo de ropa por parte de los niños, entonces la ropa no es asignable.

Por lo tanto, concluimos el estudio con un llamamiento para que se lleven a cabo nuevas investigaciones metodológicas y estudios de validación que permitan responder a la cuestión que planteamos al principio: ¿cuántos hombres, mujeres y niños son pobres?

 

Theophiline Bose-Duker
Consultant, World Bank
Isis Gaddis
Senior Economist, World Bank
Talip Kilic
Senior Economist, World Bank
Valérie Lechene
Microeconomist
Krishna Pendakur
Professor of Economics, Simon Fraser University