Para mucha gente en México, el contacto con migrantes en tránsito hacia Estados Unidos es parte de la vida cotidiana. Esta columna describe algunas de las experiencias y actitudes compasivas de estas “comunidades solidarias” hacia los migrantes. La autora extrae lecciones para la política migratoria: en lugar de enmarcar la migración como un problema de seguridad, las autoridades gubernamentales deben comenzar a trabajar con las organizaciones de derechos humanos y con los residentes que ayudan a los migrantes en tránsito; la solidaridad no debe ser un crimen.
Todos conocemos la historia de los migrantes centroamericanos que atraviesan México con la esperanza de llegar a Estados Unidos para trabajar como mano de obra indocumentada. Pero poco se sabe acerca de las personas que viven en las comunidades de tránsito y ayudan a los migrantes.
En mi investigación, exploro las percepciones y sentimientos sobre los migrantes, de aquellos para quienes el contacto con las poblaciones en tránsito es parte de la vida cotidiana. Viajé a Veracruz, Tabasco y Estado de México con el fin de documentar la forma en que la migración de tránsito ha transformado la vida de los residentes de los «lugares de tránsito». Mi intención ha sido dar autoridad a la voz de estas comunidades y destacar sus conocimientos y prácticas.
Una de las cosas que más me impresionó fue la empatía y compasión de los residentes de las comunidades de tránsito hacia los inmigrantes. Me refiero a ellos como «comunidades solidarias», por la ayuda que brindan a los migrantes. Estas actividades son actos de resistencia frente a la criminalización de los migrantes por parte del estado.
En los lugares de tránsito inhóspitos los habitantes «retienen» los movimientos de los migrantes. Esta «retención» de su viaje consiste en crear las condiciones básicas para que los migrantes puedan seguir avanzando. Los residentes están preocupados por salvaguardar los derechos humanos esenciales de los migrantes, al ofrecerles comida, vivienda y libre tránsito.
Las experiencias de los habitantes de las comunidades solidarias y su interés en ayudar a los migrantes están íntimamente relacionadas con su proximidad al fenómeno de la migración. Lo anterior, debido a que sus hijos emigraron a los Estados Unidos o bien, debido a que ellos mismos emigraron al lugar donde actualmente viven. Por ejemplo, Toña, una mujer de Xalostoc, Estado de México, que muestra solidaridad con los migrantes me comentó: «Mi hijo está allá [en Estados Unidos], se fue a la aventura. Y si les doy la mano [a los migrantes], mis hijos tendrán a alguien más que les tenderá la mano.»
Estos grupos de solidaridad han visto a los migrantes convertirse en una parte cada vez más importante de su vida cotidiana. Una mujer de Macuspana, Tabasco, que ofrece alojamiento a inmigrantes explicó: «En esta pequeña casa que tengo… a veces se quedaban tres, cuatro o cinco días… después de unos meses, esto comenzó a pasar cada vez más…”
Toña compartió conmigo una experiencia en la que ayudó a migrantes que estaban siendo perseguidos por la policía de migración: «Les dije, váyanse, poco a poco, pero agachándose, como pequeños insectos. Hay una tienda de comestibles, vayan allí y tienen que decirles que yo los mandé y los dejarán entrar. Ese día escondimos como a 20 migrantes.»
Toña cree que el acto de solidaridad no debe ser un crimen. Sin embargo, recientemente, junto con la criminalización de la migración, el gobierno mexicano penaliza, en varias partes del país, la solidaridad con los migrantes. Lo sorprendente es que, en contraste con el discurso gubernamental de la seguridad nacional, las personas que viven en comunidades solidarias y ven a los inmigrantes a diario, no consideran que éstos representen una amenaza.
Un ejemplo más. Un día, Toña encontró a Sandy y sus hijas, migrantes hondureñas, en las vías del tren Xalostoc. Les dio alojamiento en su propia casa. «Así que rompí el cochinito para que Sandy consiguiera alojamiento… preparamos colchonetas, mantas, llevamos galletas para los niños… ella pasó la noche, y los meses pasaron, pasaron los años y nunca se fueron… A veces dejaba a los niños para buscar trabajo o para trabajar. Solía encargarme de ellos, formamos una familia, mis hijos se adaptaron a ellos». Estas no son acciones de personas preocupadas por la seguridad.
Para los responsables de la política de migración, las vidas de los migrantes no son una prioridad. En mi investigación, he visto cómo la solidaridad entre los migrantes y las comunidades de tránsito es un acto de protesta contra las políticas migratorias actuales. Los migrantes y las comunidades solidarias son vulnerables, pero juntos pueden desafiar al estado.
Mis observaciones de la interacción diaria entre los migrantes y los habitantes de estos lugares sugieren la necesidad de políticas migratorias basadas en una perspectiva integrada, que incluya las implicaciones culturales de la migración de tránsito, y que vea este tránsito como un derecho humano y no como un problema de seguridad nacional.
Por eso, necesitamos políticas de migración que comprendan la complejidad del fenómeno y aseguren el bienestar tanto de las comunidades solidarias como de los migrantes en tránsito. Las comunidades solidarias muestran que debemos cambiar nuestras perspectivas sobre las personas en tránsito. Como Rocío, voluntaria en un refugio para migrantes en Acayucan, Veracruz, me dijo: «Cambié mi perspectiva cuando vi la situación… ver las prioridades, las necesidades en definitiva te humanizan.”
Los legisladores en México y en otros países deben dejar de encuadrar la migración como un problema de seguridad. Esa perspectiva es un acto de violencia contra los migrantes y contra personas que viven en comunidades de tránsito y ayudan a los migrantes.
Con base en mis observaciones concluyo que deben cambiar tres cosas.
En primer lugar, las autoridades gubernamentales deben comenzar a trabajar con las organizaciones de derechos humanos y con los residentes que ayudan a los migrantes en tránsito. Estos grupos tienen conocimientos importantes y experiencias que compartir, porque la migración es parte de sus vidas cotidianas, no una anomalía.
En segundo lugar, las autoridades deberían proporcionar a las comunidades de tránsito infraestructura para que puedan atender las necesidades de los migrantes en tránsito. Es importante tener en cuenta el apoyo emocional que proporcionan estas interacciones a los migrantes, lo que puede reducir su vulnerabilidad a lo largo del resto de su viaje. La policía o el ejército no ofrecen la ayuda humanitaria que realmente se necesita.
En tercer lugar, hacen falta protocolos formales para salvaguardar a las personas que trabajan con migrantes. Estos pasos son necesarios para detener la creación de un entorno hostil y precario en el que los migrantes se ven obligados a esconderse. Se debe permitir a los migrantes seguir su camino de forma segura hacia sus destinos.